Sin ese espíritu emprendedor, visionario y gran tesón de Bernardo Philippi no hubiera existido, probablemente la colonización alemana.
Su gran esfuerzo y tesón por emprender exploraciones a zonas totalmente desconocidas del
territorio nacional sirvieron para identificar los mejores lugares para una llegada colonizadora que en muy poco tiempo se consiguió. Debido a la necesidad de dar continuidad al territorio, el
general Manuel Bulnes declaro, "no son casualidad los esfuerzos por fijar con un sentido de soberanía práctica y plena las grandes áreas de frontera, y muy en particular mirando hacia la
región sur—austral de Chile". En ese marco se encuentran, por ejemplo, la toma de posesión del Estrecho de Magallanes en 1843, por parte de la Goleta Ancud, donde participó el mismo Philippi.
La idea era "darle a la mayor brevedad posible una total continuidad territorial a la República,
garantizándole así el sentido unitario que salvo excepciones siempre se le quiso dar al estado chileno desde sus inicios, máxime cuando las propias características físico geográficas lo indican".
Por ello, entonces, amplios espacios como la Región de la Araucanía, el área de los Llanos (La Unión, Osorno y alrededores) y
especialmente la zona comprendida entre el río Damas por el norte hasta el Seno de Reloncaví y sus alrededores, debían ser
incorporados efectivamente a la soberanía nacional en términos plenos y con proyección de un rápido desarrollo. La solución a esa
disyuntiva era, en el gobierno de Bulnes, "la traída de migraciones extranjeras selectivas (que) se constituyó en la respuesta, lo que se
tradujo a su vez en la Ley de Colonización promulgada el 18 de noviembre de 1845".
El gobierno de nuestro país desde un punto de vista "geopolítico" y bajo el fuerte influjo de la formación y pronta consolidación del
concepto de "Estado Nacional", tenía claro lo clave de la determinación del espacio que a Chile le debía corresponder, más aun
cuando ya se advertían esfuerzos por países como Argentina o Francia orientados en el mismo sentido y bajo el mismo concepto.
Fue la ley de colonización promulgada por Manuel Bulnes, que después apoyó el gobierno del Presidente Manuel Montt
(1851—1860), la que abrió paso a la llegada de inmigrantes alemanes a la zona; cosa que sin embargo no se habría logrado sin intervenciones como la de Bernhard Eunom Philippi.
El fue nombrado Agente de Colonización, el 27 de julio de 1848, convirtiéndose en uno de los personajes más importantes del proceso; fue Philippi quien en 1852
escribiría "hice de la colonización alemana el objetivo de mi vida". Espíritu que queda demostrado en sus insistentes exploraciones en el territorio y los mapas salidos de éstas
que sirvieron para que en Europa se conociera Chile y se desmitificaran algunos errores geográficos al respecto.
Su obra quizás parece menos trascendente que la de Vicente Pérez Rosales, pero podría deberse a que Philippi
murió joven a manos de indígenas en Magallanes, cuando fuera enviado como gobernador, en 1852.
De hecho el mapa que Bernardo Philippi hiciera del lago Llanquihue en 1849, fue el instrumento que más sirvió para
dar paso a la colonización alemana en Puerto Montt y el lago Llanquihue, ya que además conectaba una línea entre el Seno de Reloncaví y el lago, en un claro indicio de sus
intenciones por internarse en una cuenca hasta ese momento desconocida.
RECONOCIMIENTO DEL LAGO LLANQUIHUE
Una de las publicaciones de mayor interés de la época fue el "Informe de reconocimiento del camino entre Puerto Montt y el lago Llanquihue y orilla de este lago", efectuado en 1841, por Bernardo Philippi y presentado en 1842 en la Sociedad Geográfica de
Berlín, por su hermano Rudolfo Philippi. En ese documento deja testimonio de la expedición. "El gran lago que se conoce en Chiloé
con el nombre de Quetrupe o Pata y en Valdivia con el de Llanquihue fue primitivamente conocido por los españoles, pero cayó en el
olvido desde la época en que los valientes araucanos conquistaron de nuevo este territorio en el siglo XVII:... se decía que era tan
grande que alcanzaba hasta Buenos Aires; muy tempestuoso, de mareas regulares, habitado en una de sus orillas por monstruos y en la otra por indios pehuenches y araucanos...".
Y agrega "...descubrimos a través del verde follaje de los árboles, el agua de la superficie del lago y pocos momentos después
pisamos la débil pendiente de la pedregosa orilla del mismo. La magnífica vista me indemnizó ampliamente del cansancio del viaje. El
agua de este lago es clara como la de Ginebra, en Suiza. Su superficie es de siete leguas, más o menos de largo, por otras tantas de
ancho, de tal modo que no pude distinguir la orilla del frente. Tiene, como aquél, los nevados Andes por un lado, con un volcán cubierto de nieve hasta la mitad de su altura y que se interna en las aguas".
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