Don Francisco de Polloni y Lepiani nació en 1733, en la ciudad de Cádiz. Era hijo de don Francisco de Polloni y de doña Ana de Lepiani, de origen italiano, que radicados en esa factoría fueron comerciantes de cierto caudal, dueños de casas y mercaderías. Polloni se embarcó en Cádiz con destino a América el 17 de octubre de 1752, a la edad de 19 años. Antes de partir, ese mismo día testó en favor de su hermano José, que también pasaba a Indias, y de su tío don José Morando, secretario de S. M. en esa ciudad. Después de recorrer algunas plazas de América, se radicó en Chile, en Santiago. Hombre de alguna fortuna, casó dando recibo de dote el día 1.º de abril de 1756, en esta ciudad, a doña María del Transito de Molina Herrera y Lisperguer, que llevó una dote de 5.000 pesos.
El 24 de abril de 1759, dio poder en Santiago, ante el Escribano Santibáñez, a don Juan Víctor, a don Carlos Bambeta y a su tío don José Morando, para que liquidasen los bienes de sus padres y le remitieran a Chile su valor. El 13 de agosto de 1760, sintiéndose al parecer enfermo, dio poder para testar ante el mismo escribano Santibáñez, a su esposa, y en él declara ya tener por hijos a Francisco Eusebio, Antonio, Marcos, Justo y Maria Jesús Polloni Molina, la cual se caso con Luis Garretón Lorca.
Comerciante acomodado, disfrutó de honores militares: el 10 de noviembre de 1759 había sido nombrado capitán de infantería de milicias. Estimulado por las actividades comerciales, se fue a establecer a la ciudad de Talca con su familia. Español, de cierta situación, rico y bien casado, pues doña María del Tránsito era hermana de la Marquesa de Corpa y descendía de los principales conquistadores del Reino, pasó a los pocos años de su avecindamiento a ser el vecino principal de la ciudad de San Agustín de Talca, y como tal fue nombrado el 16 de abril de 1763, corregidor.
La administración de Polloni se caracterizó por su templanza y la armonía que mantuvo con los pobladores. Éstos vieron en su gobierno un espíritu de justicia y garantías para todos. Persiguió sin cuartel a los malhechores: «perseguía personalmente a los bandidos». La tradición recuerda que durante su gobierno se ahorcaron a tres bandidos en la plaza pública.
A pesar de tener tan vasto dominio bajo su mando, dividía el tiempo en atender las necesidades de las tres ciudades, Talca, Cauquenes y Curicó. Fue un hombre generoso y justiciero, «amparaba a los huérfanos y a las viudas», «comía tarde para escuchar los reclamos de la plebe, y las puertas de su casa estaban siempre abiertas para recibirlos».
No faltaron, sin embargo, las perturbaciones bajo su gobierno. En 1767 se temió una invasión de los indios cordilleranos o pehuenches y se acusó de ser el jefe de ellos al capitán Andaluz don Andrés Carbonell, nacido en 1697, y que había servido al Rey cuatro años. La causa por que este capitán fue acusado, preso y remitido a Santiago, «fue por tener ilícito comercio con los indios, o sea, el robo de animales». La prisión de Carbonell, calmó los ánimos de los asustados vecinos, como así mismo la del famoso brujo Ibacache. Polloni, ante la alarma de los indios de Bío-Bío, reunió a las milicias, hizo una lucida revista de quinientos militares y emprendió marcha hacia Cauquenes. Pero todo no pasó de ser una falsa alarma.
Un acontecimiento le vino a dar una gran actividad a la vida urbana. Éste fue el descubrimiento de las antiguas minas de oro, llamadas del Chivato, con lo que la riqueza minera del corregimiento experimentó un gran resurgimiento.Cuando la noticia llegó a Talca, el corregidor en persona con un gran número de vecinos se trasladó al sitio del hallazgo y el 22 de febrero hizo la mensura de la pertenencia solicitada. Los últimos años del gobierno de Polloni fueron agitados. Una sublevación en la cárcel y la expulsión de los jesuitas, cierran su primer gobierno. La cárcel se hacía día a día más estrecha para contener tanto delincuente. Según expresión del propio Polloni, «si salía uno un día, ese mismo día entraban cuatro». La delincuencia había recrudecido enormemente y la cárcel, edificio insuficiente e inseguro para contenerlos, era un peligro para la tranquilidad de la ciudad. Por otra parte, los presos recibían el mal trato que se puede uno imaginar. Se ordenó la Real Audiencia que se diera cuenta al Corregidor sobre el mal estado de la cárcel, y que los jueces se mantuvieran dentro del marco señalado por sus instituciones y que administrasen mejor la justicia criminal.
Antes de entregar al mando Polloni, tuvo que cumplir las órdenes relacionadas con la expulsión de la Compañía de Jesús. Ya hemos recordado anteriormente la situación que tenía en la villa, la escuela que mantenía y las riquezas que había logrado reunir en la región, que la habían convertido en la orden preferida de los vecinos del partido, desplazando a los agustinos, quienes se habían hecho antipáticos por sus pendencias con el vecindario. El 25 de agosto en la noche, Polloni se dirigió personalmente, acompañado de sus ayudantes, a la residencia jesuítica. Allí encontró al superior Diego Moreno, al padre José Urízar y otros más, a quienes notificó la real cédula de expulsión. Los mantuvo en arresto durante varios días, por la imposibilidad de mandarlos a Valparaíso, debido a las lluvias. Los jesuitas fueron bien tratados en su prisión, dándoseles de comer y cenar decentemente.
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